La imagen corresponde a una fase lunar de 6,83 días, cuando la Luna se aproxima al primer cuarto y la iluminación alcanza el 40,5 %. En esta etapa, el terminador matutino atraviesa las accidentadas tierras altas del sur, una de las zonas más antiguas y densamente craterizadas de la superficie lunar. La colongitud de 355,6º sitúa la línea del amanecer lunar cerca del meridiano central, con la luz del Sol incidiendo en ángulo casi rasante desde el este y revelando con notable relieve los muros y crestas de cráteres como Heraclitus, Licetus, Maurolycus y Stöfler.
La ligera libración occidental (−7°25') y meridional (−1°16') inclina el disco hacia el suroeste, favoreciendo una perspectiva oblicua sobre esta región y acentuando las sombras en el relieve. Bajo un Sol apenas emergente —a tan solo 1,4° al sur del ecuador lunar— los matices de luz y sombra destacan la gran antigüedad geológica de este sector, donde cada muralla, fractura o valle es testimonio de los primeros episodios de impacto en la historia de la Luna.
Entre los múltiples cráteres que cubren las tierras altas del sur, el complejo formado por Heraclitus y Licetus llama la atención por su apariencia poco habitual. A diferencia de los cráteres típicos, de contornos circulares bien definidos, Heraclitus presenta una forma alargada y fragmentada, resultado de la superposición de varios impactos antiguos que acabaron fusionándose en una estructura única. Su interior está atravesado por una cresta central triple, visible con iluminación rasante, que divide el suelo en varios compartimentos irregulares.
El relieve de esta zona alcanza su máxima expresión en el cráter Maurolycus, una de las formaciones más imponentes y antiguas de la Luna. Su muralla interior, de contornos rotos y escalonados, se eleva varios kilómetros sobre un suelo repleto de cráteres secundarios y microimpactos, un paisaje tan saturado de colisiones que parece haber resistido intacto desde los orígenes mismos de la corteza lunar. Con un diámetro superior a 110 km, Maurolycus constituye un auténtico “fósil geológico”, testigo de las primeras etapas de la historia lunar, moldeado a lo largo de casi cuatro mil millones de años.
Al norte, su contrapunto es Stöfler, un cráter más amplio y suavizado, de perfil circular y fondo parcialmente rellenado por material eyectado de impactos posteriores. Mientras Maurolycus conserva su relieve montañoso, de apariencia casi caótica, Stöfler ofrece un aspecto más sereno y desgastado, con el suelo cubierto de depósitos brillantes que lo enlazan con la cercana cuenca de Tycho. En conjunto, ambos forman un dueto de contrastes geológicos: la violencia abrupta del primero frente al aplanamiento progresivo del segundo.
La iluminación oblicua de esta fase revela con especial claridad las diferencias: los altos muros orientales de Maurolycus proyectan sombras agudas, mientras que sobre Stöfler predomina un tono más uniforme. Esta combinación permite al observador apreciar, en un mismo campo visual, dos edades distintas del relieve lunar, y entender cómo los procesos de impacto, erosión y relleno han ido transformando la superficie primitiva de la Luna hasta convertirla en el mosaico de cráteres que hoy admiramos.







